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La felina paciencia

Ante las filas de las cajas en el supermercado nuestra inteligencia se dispara. Establecemos comparativas mentales de cálculo. Miradas de izquierda a derecha, de arriba a abajo. Como un Terminator T-800, establecemos parámetros por productos a cobrar, personas, edad, género, complexión e incluso estrato social. En escasos segundos el rendimiento de las neuronas se dispara con tal de evitar un par de minutos de espera.

Si nuestro cerebro fuera una CPU, el ventilador de refresco echaría a volar como un Boeing. Somos filósofos, ingenieros y estadistas, e iniciamos un trabajado soliloquio interior:  

“La fila de la izquierda es sin duda la que menos personas lleva, guardaremos cola aquí… ¡Oh! Horror. Una de ellas carga dos cestas repletas de productos congelados, al peso. La cajera tendrá que pasar el pescado de uno en uno… y además los lectores de códigos de barras y la congelación se llevan muy mal. Pasaré a la siguiente fila.

Mmmh… Hay un par más de sujetos, pero lo compensa la escasez de productos sobre la cinta; la cosa irá rápida. Aquel tipo sólo lleva una cerveza, pero… Ay, está contando monedas. Parece mascullar que no sabe si tendrá suficiente. Un momento… ¡Este hombre se mueve como una tortuga! ¡Debe rondar los doscientos años! Estaré esperando hasta mañana. ¡Veamos que me depara la siguiente caja!

Una mujer joven y sana con un par de carros llenos… en apariencia. La mitad son paquetes de leche y botellas de agua. Los patrones se repiten, ¡aleluya! En el problema que nos atañe el volumen del carro es indirectamente proporcional al número de veces que se usa el lector de código de barras. El volumen total engaña, será un suspiro. Y la cajera sonríe. Parece ágil y lozana… ¡Aquí me quedo!”

Entonces ocupamos la fila y la ley de Murphy se manifiesta en todo su esplendor: la caja registradora se atasca, la tarjeta de crédito de la muchacha no funciona y una misteriosa señora aparecida del más allá ‒la sección de hogar y jardín‒ exige una devolución. Hay que llamar a la encargada, y justo en ese momento se encuentra en el extremo opuesto del supermercado.

Todas las filas se vacían y allí nos quedamos, esperando como el iluso Javier Krahe de “Marieta”.

Y nos prometemos aprender de una vez a disfrutar del mayor regalo del tiempo: la bendita pausa, como ya nació programada Sissi, la sabia «becaria» de Shiki Futon. 

 

“Adopta el ritmo de la naturaleza: su secreto es la paciencia” ‒ Ralph Waldo Emerson