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Shiki Futon en Bioterra 2018 (1, 2 y 3 de Junio)

Shiki Futon estará presente en la Feria BIOTERRA del 01 al 03 de junio de 2018.

Te esperamos en el Pabellón Naturall, 2-49.

FICOBA
Avenida de Iparralde 43.
20302 Irun
Tfn: (0034) 943 66 77 88
ficoba@ficoba.org / www.ficoba.org

 

La estética de lo sintético

A todas las personas nos gusta sentir nuestro cuerpo protegido, cuidado. La gran cantidad de textiles sintéticos aparecidos en el último cuarto del sigo XX dominaron la ropa de cama de medio mundo, hasta que para mucha gente el «back to basics» fue una necesidad.

En las décadas de los 70 y 80 los tejidos sintéticos (Licra, nilón, poliéster) irrumpieron con fuerza. Contaban con dos claras ventajas sobre las materias naturales: La primera, para el usuario. Los tejidos apenas necesitaban plancha y las polillas no se los comían (salvo algunas bacterias muy selectivas… en el mundo animal no suelen comer petróleo). La segunda ventaja era para el fabricante. Los tejidos de polímeros derivados del petróleo son baratos y fáciles de producir. Aún en la actualidad la producción mundial de poliéster casi duplica a la del algodón.

Posteriormente, se multiplicaron los casos de personas con pieles atópicas (excesivamente secas, con picor e irritación) y de enfermedades antes no catalogadas, como la fibromialgia. Para todos ellos los tejidos naturales eran (y son) son una necesidad absoluta.

Las desventajas de los tejidos no naturales las hemos experimentado de diferentes modos, y muy personales. Hay personas que los toleran bastante bien, mientras otras los rechazan por sus inconvenientes: mala transpiración y olor corporal (esa desagradable de estar envuelta en plástico), carga estática (malestar y «chispazos», al tocar según qué superficies) y muy poca resistencia al calor.

Lo sintético parecía relegado a un segundo plano, por lógica y comodidad, hasta que revivió de la mano de la salud «pública», la sonrisa de cara al exterior. La moda puede ser más convincente que cualquier sensación real. Llegó el fitness, el running, el gym… y con cada anglicismo «nuevos» tejidos usados mayoritariamente para el culto al cuerpo.

Los fabricantes, principales defensores del poliéster, afirman que mantiene los músculos más calientes y «protegidos», aunque salvo en deportes de alta competición la realidad de su aceptación popular es más banal y estética: a pesar de su pésima transpirabilidad e incomodidad disimula las manchas de sudor y queda bien ajustado. Son ceñidas fajas selectivas diseñadas para modelar el cuerpo (¿y quién tiene el valor para reconocerlo?).

En la era del selfie el poliéster intenta reinar, pero aún somos muchos los que creemos que lo natural es ser… natural.

El textil llegado de lejos… (la verdad sobre etiquetas)

Busca la diferencia entre estas etiquetas (difundidas por la OCU):

Cuesta encontrarla a simple vista, ¿verdad? Sólo se diferencian en la separación entre letras… ¡Hasta comparten una tipografía idéntica! Las de la izquierda indican que el producto ha sido fabricado en Europa, bajo normativa europea. Las de la derecha te dicen que el producto viene de China, con su propia normativa (¡o no!). Desde hace años los productos chinos se han hecho más europeos… con un ligero camuflaje.

Y éste es un solo un ejemplo de lo que encontrarás en el mercado cada día.

Las etiquetas son un reclamo para el consumidor más concienciado. La elección de un producto u otro está determinado, en muchas ocasiones, por la cercanía en el desarrollo y confección. De la CE europea, a la CE China apenas hay unos milímetros de separación. En otras ocasiones, ni siquiera se hace necesario modificarlo, como ocurre con los “Designed in Spain”. Esta modalidad tan “diseñada” no significa absolutamente nada, ya que no existe una legislación al respecto. La enrevesada interpretación: alguien ha pagado a algún taller, de algún sitio, para fabricar algo en beneficio de una empresa con sede social en España. Es una bonita manera de saltarse todas las barreras de producción y hacer sentir al consumidor concienciado con una región o país, cuando en realidad compra a una fábrica de ubicación desconocida.

La etiqueta “Made in Spain”, por su parte, debería significar que al menos una parte de la producción se ha realizado en territorio español, pero para ello debería haber un control real y una legislación transparente. En la actualidad, es fácil encontrar productos fabricados en países muy lejanos, con procesos productivos y salarios precarios portando la etiqueta de marras. Las autoridades europeas, de momento, se muestran muy laxas y permisivas. «Made in <escoja usted el país que quiera> puede incluir desde un producto fabricado por entero en la Unión Europea, hasta otros que sólo han visitado una fábrica del país publicitado para ser etiquetados y embutidos en una bolsa.

¿Nuestra recomendación? Pregunta directamente al fabricante. ¡Las preguntas directas no pueden ser evadidas con etiquetas!

Por un año de despropósitos

Importa poco cuándo leas este artículo. Si tienes una cierta edad (la edad de la edad incierta) te has perdido algo. La mayoría de buenos propósitos para el acechante año (ahora muy reales), serán tan falsos como confeti pisoteado tras una fiesta…

Oh, suena mal, cierto, pero tampoco es cuestión de deprimirse por no alcanzar el listón de la autoestima festiva. Ya sabes: un tipo de euforia impuesta por la sociedad y nutrida de abrazos estacionales y orgías gastronómicas.

En un estado alterado de las cosas (Navidad), difícilmente se puede planificar el futuro. Deseamos ponernos a dieta tras hinchar la barriga por un atracón de gambas. Nos acordamos de aquella oferta del gimnasio cuando el resuello se escapa escaleras arriba. Prometemos emprender nuevas y tórridas aventuras, hipnotizados por el enésimo anuncio de colonia. Perjuramos al dios más tirano ‒nuestro propio ego‒ ser mejores personas, padres, hijos, espíritus santos, milfs y filfs.

Y por ello, soñamos con sobrevivir a crossfits, maratones y descensos de barrancos. Nos planteamos depilar aquello que quede por rasurar, si es que aún conservamos las cejas. Hacemos planes para ser personas muchenteañeras de disimuladas canas, con trincheras de arrugas perdidas en la batalla del ácido hialurónico.

Y todo, todo este sacrificio de propósitos para perder el premio que nos brinda la mayoría de edad al cubo: hacer lo que nos da la real gana (la Real Gana debería ser la única monarquía válida).

Ser adulto, no te olvides, es romper la tiranía juvenil de la perfección incondicional. Ser adulto es lucir símbolos de buena y divertida vida: lorza, tripita, simpáticas arrugas en los ojos y zapatillas horripilantes, pero cómodas. Ser adulto es saber diferenciar entre belleza y juventud, frescura e inconsciencia, sabiduría y Google. Ser adulto es dejar de opositar al oficioso título de adolescente. Ya fuimos adolescentes… y fue más traumático que divertido.

Somos adultos, gracias al tiempo, y si algo nos hemos ganado es el derecho a ser un agradable cúmulo de despropósitos. El año que viene, por tanto, te recomendamos vivir bajo el yugo de la lista más saludable y corta, aquello que dicta la experiencia:

ESTE AÑO (Y LOS SUCESIVOS):

1 – HAREMOS LO QUE NOS APETEZCA, SIN PRETENDER SER LO QUE NO SOMOS… Y SI NUESTRAS DECISIONES NOS HACEN FELICES EN CONJUNTO.

2 – EN CASO DE DUDA, REGRESAREMOS A LA PRIMERA OPCIÓN.

 

Feliz(ces) año(s) nuevo(s)

 

La felina paciencia

Ante las filas de las cajas en el supermercado nuestra inteligencia se dispara. Establecemos comparativas mentales de cálculo. Miradas de izquierda a derecha, de arriba a abajo. Como un Terminator T-800, establecemos parámetros por productos a cobrar, personas, edad, género, complexión e incluso estrato social. En escasos segundos el rendimiento de las neuronas se dispara con tal de evitar un par de minutos de espera.

Si nuestro cerebro fuera una CPU, el ventilador de refresco echaría a volar como un Boeing. Somos filósofos, ingenieros y estadistas, e iniciamos un trabajado soliloquio interior:  

“La fila de la izquierda es sin duda la que menos personas lleva, guardaremos cola aquí… ¡Oh! Horror. Una de ellas carga dos cestas repletas de productos congelados, al peso. La cajera tendrá que pasar el pescado de uno en uno… y además los lectores de códigos de barras y la congelación se llevan muy mal. Pasaré a la siguiente fila.

Mmmh… Hay un par más de sujetos, pero lo compensa la escasez de productos sobre la cinta; la cosa irá rápida. Aquel tipo sólo lleva una cerveza, pero… Ay, está contando monedas. Parece mascullar que no sabe si tendrá suficiente. Un momento… ¡Este hombre se mueve como una tortuga! ¡Debe rondar los doscientos años! Estaré esperando hasta mañana. ¡Veamos que me depara la siguiente caja!

Una mujer joven y sana con un par de carros llenos… en apariencia. La mitad son paquetes de leche y botellas de agua. Los patrones se repiten, ¡aleluya! En el problema que nos atañe el volumen del carro es indirectamente proporcional al número de veces que se usa el lector de código de barras. El volumen total engaña, será un suspiro. Y la cajera sonríe. Parece ágil y lozana… ¡Aquí me quedo!”

Entonces ocupamos la fila y la ley de Murphy se manifiesta en todo su esplendor: la caja registradora se atasca, la tarjeta de crédito de la muchacha no funciona y una misteriosa señora aparecida del más allá ‒la sección de hogar y jardín‒ exige una devolución. Hay que llamar a la encargada, y justo en ese momento se encuentra en el extremo opuesto del supermercado.

Todas las filas se vacían y allí nos quedamos, esperando como el iluso Javier Krahe de “Marieta”.

Y nos prometemos aprender de una vez a disfrutar del mayor regalo del tiempo: la bendita pausa, como ya nació programada Sissi, la sabia «becaria» de Shiki Futon. 

 

“Adopta el ritmo de la naturaleza: su secreto es la paciencia” ‒ Ralph Waldo Emerson

Cada símbolo, una historia

Un anillo de compromiso, un guiño de complicidad, una nota garabateada sobre el aire, mirando a un camarero…. El mundo entero está hecho de símbolos, de pequeños gestos con significados a descubrir.

Muchos de los logos también son símbolos, están fabricados con una gran historia detrás.

Si os fijáis, por ejemplo, en el logo de Yamaha, veréis tres diapasones cruzados. ¿Y qué relación guardan con el mundo del motor? Ninguna. La empresa nipona original, creada en el siglo XIX se dedicaba originalmente a la fabricación de pianos, y no fue hasta 1950, en plena guerra, cuando decidieron aprovechar su experiencia con el metal para fabricar hélices, de ahí a las motocicletas y… hasta hoy.

Otra muy buena historia, o más bien personaje, se esconde en el logo de Chupa-Chups: fue diseñada por Dalí mientras almorzaba con el creador de la marca, un buen amigo del pintor. Dalí insistió en que su diseño apareciese en la parte superior del caramelo y así ha permanecido hasta nuestros días: un símbolo del surrealismo en un caramelo con palo.

Y llegamos a nuestra propia historia, la que más nos gusta. El cuento del símbolo que acompaña a Shiki Futon viene de muy lejos, pero es al mismo tiempo muy cercano.

El general Nobunaga debía enfrentarse a una importante batalla. Para infundir valor a sus hombres les comentó que se encomendaría a los dioses. Tras orar, lanzó una moneda al aire.

‒Venceremos… pero sólo si sale cara.

La moneda giró en el aire, cayó al suelo y los soldados profirieron vítores. ¡Había salido cara! La suerte estaba con ellos. Con el destino de su lado, vencieron la batalla. Lo que ellos no sospechaban era que Nobunaga nunca dejaba la suerte al azar: había utilizado una moneda en la que no había cruz.

Y este símbolo, el de la moneda, es parte de nuestra historia, la de Shiki Futon.

Creemos que la buena suerte también se fabrica; pensamos que el optimismo, más que una opción, es una obligación vital.

El futón y la vida al ras del suelo

Todos nos criamos desde abajo, literalmente. La interacción del bebé empieza bajo los pies, descubriendo el mundo desde una perspectiva sin miedo a caídas. La vida a la altura de los talones forma parte del manual de sabiduría zen infantil. No hay nada tan zen como un niño, salvo los gatos.

A los chavales les encanta divertirse al ras. Desparraman juguetes y ven el mundo al pie de los mayores, para disgusto de los abuelos. ¿Lo recuerdas? Se repite generación tras generación. Ya lo viviste: eras feliz en un centro de gravedad amistoso, allí estaba el hogar; aquel espacio fue tu territorio.

El sofá era la atalaya del enemigo, demasiado elevado y serio. La felicidad de moqueta era opuesta al rigor adulto y sus intentos por fabricar personas de bien: “¡Cómete las acelgas!”, “¡No pises el charco!”, “¡No te tumbes en el suelo!”. De mayores seguimos nuestras propias órdenes, aunque muchas veces apetezca desobedecer a la conciencia, dejar las acelgas y lanzarse contra un gran charco.

Hay ciertas cosas que permanecen: La infancia sigue siendo amiga del suelo y muchos padres, en vez de luchar por subir a los niños a su nivel, han descubierto las ventajas de mantener un ambiente que permita libertad en un entorno conocido. Los niños duermen mejor y son más independientes en un lugar seguro y propio. Se eliminan las alturas, las aristas y aparece la libertad para despertarse, caminar… y volverse a dormir. Y los progenitores descansan, por fin, sin escuchar los lamentos del que se siente prisionero tras unos barrotes.

Dejar libertad a los pequeños para ser ellos mismos tiene su lógica, similar a la que sigue el método de aprendizaje Montessori: Los chavales son esponjas, capaces de aprender y desarrollarse por su cuenta si el entorno es el adecuado. Se fomenta su independencia, la “mente absorbente”. Los futones son espacios idóneos para mantener a los más pequeños en su hábitat natural, en la reserva infantil que ellos mismo gestionan. Es una opción para crear personas que se van a descansar tranquilamente, al ras, como si se tratara de un sencillo juego diario.