Opinión

El textil llegado de lejos… (la verdad sobre etiquetas)

Busca la diferencia entre estas etiquetas (difundidas por la OCU):

Cuesta encontrarla a simple vista, ¿verdad? Sólo se diferencian en la separación entre letras… ¡Hasta comparten una tipografía idéntica! Las de la izquierda indican que el producto ha sido fabricado en Europa, bajo normativa europea. Las de la derecha te dicen que el producto viene de China, con su propia normativa (¡o no!). Desde hace años los productos chinos se han hecho más europeos… con un ligero camuflaje.

Y éste es un solo un ejemplo de lo que encontrarás en el mercado cada día.

Las etiquetas son un reclamo para el consumidor más concienciado. La elección de un producto u otro está determinado, en muchas ocasiones, por la cercanía en el desarrollo y confección. De la CE europea, a la CE China apenas hay unos milímetros de separación. En otras ocasiones, ni siquiera se hace necesario modificarlo, como ocurre con los “Designed in Spain”. Esta modalidad tan “diseñada” no significa absolutamente nada, ya que no existe una legislación al respecto. La enrevesada interpretación: alguien ha pagado a algún taller, de algún sitio, para fabricar algo en beneficio de una empresa con sede social en España. Es una bonita manera de saltarse todas las barreras de producción y hacer sentir al consumidor concienciado con una región o país, cuando en realidad compra a una fábrica de ubicación desconocida.

La etiqueta “Made in Spain”, por su parte, debería significar que al menos una parte de la producción se ha realizado en territorio español, pero para ello debería haber un control real y una legislación transparente. En la actualidad, es fácil encontrar productos fabricados en países muy lejanos, con procesos productivos y salarios precarios portando la etiqueta de marras. Las autoridades europeas, de momento, se muestran muy laxas y permisivas. «Made in <escoja usted el país que quiera> puede incluir desde un producto fabricado por entero en la Unión Europea, hasta otros que sólo han visitado una fábrica del país publicitado para ser etiquetados y embutidos en una bolsa.

¿Nuestra recomendación? Pregunta directamente al fabricante. ¡Las preguntas directas no pueden ser evadidas con etiquetas!

Por un año de despropósitos

Importa poco cuándo leas este artículo. Si tienes una cierta edad (la edad de la edad incierta) te has perdido algo. La mayoría de buenos propósitos para el acechante año (ahora muy reales), serán tan falsos como confeti pisoteado tras una fiesta…

Oh, suena mal, cierto, pero tampoco es cuestión de deprimirse por no alcanzar el listón de la autoestima festiva. Ya sabes: un tipo de euforia impuesta por la sociedad y nutrida de abrazos estacionales y orgías gastronómicas.

En un estado alterado de las cosas (Navidad), difícilmente se puede planificar el futuro. Deseamos ponernos a dieta tras hinchar la barriga por un atracón de gambas. Nos acordamos de aquella oferta del gimnasio cuando el resuello se escapa escaleras arriba. Prometemos emprender nuevas y tórridas aventuras, hipnotizados por el enésimo anuncio de colonia. Perjuramos al dios más tirano ‒nuestro propio ego‒ ser mejores personas, padres, hijos, espíritus santos, milfs y filfs.

Y por ello, soñamos con sobrevivir a crossfits, maratones y descensos de barrancos. Nos planteamos depilar aquello que quede por rasurar, si es que aún conservamos las cejas. Hacemos planes para ser personas muchenteañeras de disimuladas canas, con trincheras de arrugas perdidas en la batalla del ácido hialurónico.

Y todo, todo este sacrificio de propósitos para perder el premio que nos brinda la mayoría de edad al cubo: hacer lo que nos da la real gana (la Real Gana debería ser la única monarquía válida).

Ser adulto, no te olvides, es romper la tiranía juvenil de la perfección incondicional. Ser adulto es lucir símbolos de buena y divertida vida: lorza, tripita, simpáticas arrugas en los ojos y zapatillas horripilantes, pero cómodas. Ser adulto es saber diferenciar entre belleza y juventud, frescura e inconsciencia, sabiduría y Google. Ser adulto es dejar de opositar al oficioso título de adolescente. Ya fuimos adolescentes… y fue más traumático que divertido.

Somos adultos, gracias al tiempo, y si algo nos hemos ganado es el derecho a ser un agradable cúmulo de despropósitos. El año que viene, por tanto, te recomendamos vivir bajo el yugo de la lista más saludable y corta, aquello que dicta la experiencia:

ESTE AÑO (Y LOS SUCESIVOS):

1 – HAREMOS LO QUE NOS APETEZCA, SIN PRETENDER SER LO QUE NO SOMOS… Y SI NUESTRAS DECISIONES NOS HACEN FELICES EN CONJUNTO.

2 – EN CASO DE DUDA, REGRESAREMOS A LA PRIMERA OPCIÓN.

 

Feliz(ces) año(s) nuevo(s)