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El futón y la vida al ras del suelo

Todos nos criamos desde abajo, literalmente. La interacción del bebé empieza bajo los pies, descubriendo el mundo desde una perspectiva sin miedo a caídas. La vida a la altura de los talones forma parte del manual de sabiduría zen infantil. No hay nada tan zen como un niño, salvo los gatos.

A los chavales les encanta divertirse al ras. Desparraman juguetes y ven el mundo al pie de los mayores, para disgusto de los abuelos. ¿Lo recuerdas? Se repite generación tras generación. Ya lo viviste: eras feliz en un centro de gravedad amistoso, allí estaba el hogar; aquel espacio fue tu territorio.

El sofá era la atalaya del enemigo, demasiado elevado y serio. La felicidad de moqueta era opuesta al rigor adulto y sus intentos por fabricar personas de bien: “¡Cómete las acelgas!”, “¡No pises el charco!”, “¡No te tumbes en el suelo!”. De mayores seguimos nuestras propias órdenes, aunque muchas veces apetezca desobedecer a la conciencia, dejar las acelgas y lanzarse contra un gran charco.

Hay ciertas cosas que permanecen: La infancia sigue siendo amiga del suelo y muchos padres, en vez de luchar por subir a los niños a su nivel, han descubierto las ventajas de mantener un ambiente que permita libertad en un entorno conocido. Los niños duermen mejor y son más independientes en un lugar seguro y propio. Se eliminan las alturas, las aristas y aparece la libertad para despertarse, caminar… y volverse a dormir. Y los progenitores descansan, por fin, sin escuchar los lamentos del que se siente prisionero tras unos barrotes.

Dejar libertad a los pequeños para ser ellos mismos tiene su lógica, similar a la que sigue el método de aprendizaje Montessori: Los chavales son esponjas, capaces de aprender y desarrollarse por su cuenta si el entorno es el adecuado. Se fomenta su independencia, la “mente absorbente”. Los futones son espacios idóneos para mantener a los más pequeños en su hábitat natural, en la reserva infantil que ellos mismo gestionan. Es una opción para crear personas que se van a descansar tranquilamente, al ras, como si se tratara de un sencillo juego diario.