No hay nada como las vacaciones, salvo más vacaciones.
Meses, días y horas se derraman en el calendario, al compás del minutero… contabilizamos el tiempo para desconectar varios días consecutivos.
Llegado el momento, se activa el protocolo de desconexión (salvapantallas cerebral de palmeras, modo mojito ON). Dejamos los circuitos del malhumor desconectados y sacamos la sonrisa de los sábados cuando ‒por fin‒ no toca madrugar (la sonrisa de los domingos no se utiliza; al ser antesala de los lunes, suele estar mal dibujada).
¡Y llegan los viajes! Cercanos y lejanos, con dinero y sin dinero (hago siempre lo que ‒casi‒ quiero). Nos desplazamos por ver a los parientes o huyendo de ellos. El peregrinaje puede llevarnos a una casa rural, un entorno tecnológico o campings urbanos a cuatro kilómetros de casa. ¡Qué importa! Todos vale, mientras nos haga felices. No dejan de ser vacaciones.
Y entonces, una vez instalados entre muelles o césped, nos acordamos de nuestros lechos cómodos, limpios y esponjosos. Vaya… Menos mal que contábamos con un futonbag. ? Llevamos el hogar con nosotros.
Felices vacaciones a todos/as (y si no las tenéis, aprovechad el tiempo libre como si las tuvieseis: Las vacaciones son un estado mental).
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